Comentario
Gotthard Henrici, jefe del Grupo de Ejércitos Vístula, no era un genio de la guerra. Pero quienes le conocían bien, quienes habían servido a sus órdenes durante tres años en un ejército acorazado destinado al frente del Este, aseguraban que aquel sesentón era un militar capaz, sólido, enérgico y sincero. Un hombre que sabía perfectamente lo que se podía y lo que no se podía hacer; un hombre que jamás iría contra sus convicciones por conservar un puesto a escalar posiciones.
El 19 de abril de 1945, Gotthard Henrici pidió permiso al Cuartel General, situado en el búnker de la Cancillería, para retirar al IX Ejército hacia el Oeste de la capital. Esa gran unidad, cercada por las avanzadas de Koniev y de Zhukov, aún hubiera podido romper los débiles dientes de la tenaza soviética y establecerse al suroeste de Berlín, recomponiendo el dique de contención alemán frente a las tropas del Ejército Rojo.
Todos sus buenos argumentos fracasaron ante la pedantería de Jodl y el fanatismo de Krebs, sucesor desafortunado de Guderian al frente del Estado Mayor de los Ejércitos del Este. El Führer había ordenado taponar las brechas y mantener el frente del Oder. El IX Ejército debía atacar hacia al sur, mientras que, desde el Neisse, el Grupo de Ejércitos Centro -general Schoerner- atacaría hacia el norte, cortando entre ambos la cuña poderosa que había logrado Koniev.
En el búnker trazaban planes en el aire. El IX Ejército bastante hacía con mantener las paredes de su bolsa y Schoerner combatía a la defensiva. Pero este general ambicioso y falto de escrúpulos, y uno de los preferidos de Hitler, no puso objeciones a la operación aunque luego nada pudiera hacer para realizarla. De esta forma, Hitler y sus asesores militares mantenían sus esperanzas y bramaban los generales de la vieja escuela, como Henrici, que carecían de coraje para afrontar a cara de perro las situaciones difíciles.
-"Haga usted como Schoerner" -le dijo Krebs a Henrici por teléfono-. Limítese a cumplir las órdenes del Führer".
El día 20, convencido de la inutilidad y desatino que suponía un contraataque en la dirección que exigían desde el búnker, Henrici pidió a Busse que retirara sus fuerzas del Oder, mientras él, con todas las reservas que había logrado reunir, trataba de dar un hachazo a la cuña de Zhukov, que avanzaba en dirección a Berlín.
Durante todo ese día, las últimas tropas alemanas combatieron con desesperación contra la enorme marea soviética, que avanzaba incontenible. Sus cañones anticarro, bien instalados durante la víspera, hicieron una carnicería entre los blindados de Zhukov. Sus bunkers equipados con morteros y ametralladoras segaron y rechazaron durante 12 horas las filas enemigas. Al finalizar el día, aplastados por la aviación soviética, desbordados por las interminables oleadas de tanques y hombres, las filas alemanas se quebraron por completo y Zhukov tuvo vía libre hacia Berlín.
Busse, entre tanto, se mantuvo donde ordenaba Hitler. Puso diversas excusas a Henrici, temeroso de incurrir en la ira de los dirigentes del búnker, que por aquellos días eliminaban cualquier síntoma de desobediencia o derrotismo con el inmediato pelotón de fusilamiento. Aquéllo, como se vería en los días siguientes, fue el último fallo militar del Cuartel General del Führer.